Welcome to hell. Again

Un horror, eso era lo que estaba siendo aquella noche, un total y absoluto horror. Desde el mismo momento en que vio a los dos niños salir de los cuartos donde los habían estado vistiendo los estilistas y sus ayudantes, había sabido que no había nada que pudiera hacer por ellos. Aquella noche al menos.

Aunque el horror había comenzado al escuchar el nombre de su sobrino salir de los labios de River durante la Cosecha.

Pero su labor de mentor no era ser negativo, así que sonrió a Enzo y a Maritta, les dijo que estaban espectaculares en contra de todo su buen juicio y, lanzándole una dura mirada a Haydeen, que había abierto la boca como si fuera a hacer algún comentario, los dirigió hacia los carros dándoles unas últimas indicaciones sobre cómo debían comportarse durante el desfile.

Como se imaginaba, el disfraz de bobinas de hilo que llevaban los dos, por muchas lentejuelas y mucho brillo que le hubieran puesto los estilistas, no causó más que carcajadas en los asistentes del Capitolio, pero aún así, después del discurso  del Presidente, cuando los dos chicos bajaron del carro, los felicitó por su entereza y los guió hasta una mesa que había dispuesta para que se hicieran con una bebida. La noche no acababa ahí, por desgracia.

Haydeen se había hecho con una copa y había desaparecido de allí, lo que él mismo querría hacer pero que no se podía permitir. Así que, con un suspiro y una mano en el hombro de cada uno de los dos tributos del 8, Scott comenzó a pasear por la sala, pensando, ¿podría venderle a sus chicos a algún otro mentor para una alianza que los ayudase al menos al principio? No iba a volver a cometer el error de los 68º juegos, pero eso no quería decir que no viera el potencial a una alianza. Y, sobre todo, ¿cómo iba a hacer todo lo posible por su sobrino, la única familia que le quedaba, sin traicionar a la otra niña a su cargo?

Laura llevaba un buen rato usurpando el papel de Maude como abuela tiquismiquis, casi ladrándoles a los ayudantes de Edda cómo tenían que hacer su trabajo. Estaban más o menos acostumbrados, así que la ignoraban en consecuencia.

Ese año tenía unos tributos que, al menos, entraban por los ojos y el traje de Edda parecía ir a explotar ese punto fuerte. A lo mejor esta vez tenían alguna oportunidad. Saal era un muchacho alto, con cuerpo de nadador y una sonrisa ladina que podía llevarle muy lejos. Jinnia era menuda y bastante más pequeña, pero tenía buenos músculos y además era muy guapa de cara.

Laura sabía que podía hacer su trabajo con esa materia prima. Y era duro verlo así, pero tenía que deshumanizarlos en medida de lo posible si quería salir de aquellos juegos entera. O, al menos, tan entera como pudiera.

Se pasó todo el desfile en el palco de los mentores, temblando de ansiedad y tratando de que, al menos los mentores de los distritos profesionales, no se dieran cuenta.

Después del desfile, le tocaba a ella. Les dio unos minutos para que se sentaran y descansaran de las emociones que llevaban sintiendo todo el día, aconsejándoles picotear algo, y empezó a dar vueltas por la amplia estancia en la que se celebraba la gala de presentación. Por el rabillo del ojo vio a Scott, que no se separaba de sus dos tributos cual mamá gallina.

Resopló.

Ninguno de sus dos tributos era especialmente atractivo, menos aún con aquellos ridículos trajes, eran niños normales de 14 años ella y 16 años él. Por ahí no podía ir su estrategia. Y una vez más se lamentó el no haber dedicado tiempo a entrenar a Enzo, el haberse confiado pensando que, al no tener que coger teselas, no debía preocuparse de prepararlo por si acaso.

Por lo menos estaban demostrando entereza, no daban signos de ir a derrumbarse, y habían llevado con tanta dignidad como era posible aquellos trajes, soportando las carcajadas con humor y uniéndose al público en ellas. Definitivamente tendría que tirar de simpatía.

Se fijó en que Anya, la última vencedora del distrito 9 estaba allí y se inclinó para susurrarles a los dos niños:

—¿Por qué no vais un momento a hablar con Anya? Es una chica agradable… Os caerá bien. Yo en seguida estaré de vuelta con vosotros. Vamos…

Dicho lo cual les dio un pequeño empujón hacia la última novedad del Capitolio, asegurándose de que le hacían caso antes de girarse en busca de Adam, el mentor del distrito 9. Aquella alianza podía ser mejor que nada, y si a Anya le causaban buena impresión los dos niños, a lo mejor le echaba una mano.

Antes de darse cuenta y hacer algo para remediarlo, se había quedado mirando a Scott más tiempo de lo que debía. Le interrumpió uno de sus clientes habituales en el Capitolio, al que se obligó a mirar y sonreír forzadamente por el bien de sus tributos. Laura deseaba quitárselo de encima cuanto antes, pero no sin una promesa de que iba a patrocinar al distrito cuatro.

Le costó diez minutos de conversación y la promesa de cenar con él en el futuro, pero consiguió lo que se proponía. Cuando volvió a mirar en la dirección de Scott, lo vio hablando con el mentor del distrito nueve.

Así que ya estaba buscando alianzas. Desde los juegos que ganó Ryan, Meadows no se había fiado de ningún distrito que no fuera... de los pobres, por decirlo de alguna manera. Era mejor para ella, porque se quitaba de en medio alianzas que no le aportarían nada.

No obstante, dibujó una sonrisa plástica y avanzó hacia ellos, dispuesta a quedarse cerca, disimulando con una copa que los estaba escuchando.

Aquello no iba a llevarlo a ninguna parte. Se dio cuenta tras la segunda frase de Adam. Había visto a sus niños y pensaba que no tenían oportunidades ni, salvo sorpresas, habilidades notables que pudieran ayudar a los suyos. Pero aún así charló con él unos minutos al ver, por el rabillo del ojo, que por primera vez desde que salieron sus nombres en la Cosecha, tanto Jeyden como Maritta parecían relajados.

Mientras tanto su cabeza no paraba. Tal vez con el distrito 11 tendría más suerte. Había visto a los niños. Tampoco parecían gran cosa, aunque al menos él era grande. Quizás…

Se despidió de Adam y se giró para ir en busca de Osiris encontrándose, para su sorpresa, casi cara a cara con Laura.

—Vaya, Hargrave… ¿Pasando una buena noche?—dijo, sin contener la sequedad de su tono y cruzándose de brazos mientras daba un paso a un lado para poder esquivarla.

—Meadows.

Su saludo fue seco, forzado. En realidad, Laura se sentía incómoda de que la hubiera pillado escuchando su conversación. Aunque por la actitud de Meadows, no parecía siquiera haberse dado cuenta; más bien, era su hostilidad habitual.

—Pasando una noche. Sin más —respondió, imitándolo y dando el mismo paso hacia el lateral para bloquear su camino. Las noches de los desfiles siempre eran... difíciles, y Laura se sentía fuera de su propia piel. Por un lado sabía que lo mejor era dejar que él fuera por su lado y ella por el propio, pero por otro...—. El siete. Son demasiado jóvenes como para que los del uno o del dos los tengan en cuenta o llamar la atención de demasiados patrocinadores, pero ya sabes cómo se las gastan en ese distrito, son habilidosos.

Arqueó una ceja ante la sugerencia de aliados de la mujer y a continuación frunció el ceño, seguro de que tenía que haber alguna trampa detrás de aquello. Más aún sabiendo la amistad que había entre Sia, la mentora de ese distrito, y ella.

—Ya… Sí, claro… Pero la niña tiene 11 años. Ni siquiera yo estoy tan desesperado…—contestó antes de añadir volviendo a dar un paso para esquivarla— Y aunque lo estuviera, no podría decirle a mis chicos que traicionasen a una niña pequeña.

El uso de la palabra traición había sido más que intencionado, un nuevo recordatorio de por qué en vez de tener una relación cordial como la que mantenía con muchos de los otros mentores, con ella era desagradable. Además de que era cierto, ni él podría pedirle a su sobrino ni a Maritta que lo hicieran, y sabía que tampoco Enzo sería capaz de hacerlo. No lo había criado así.

—Además, ¿qué ganarías tú con eso?

—Oh, ¿tienes un plan mejor?

Su tono fue una mezcla de sorpresa y desdén. Todo el mundo sabía que el distrito ocho no solía tener mucha suerte con sus tributos. La mayoría morían en la Cornucopia. Laura era consciente de que cualquier consejo que pudiera darle iba a caer en saco roto, primero porque Meadows no iba a tener en cuenta ninguna de sus palabras —y eso se remontaba ya a algunos años— y segundo, porque que ella le aconsejara una alianza en concreto o un patrocinador específico no quería decir que esas mismas personas estuvieran de acuerdo.

Esa vez no se movió para volver a intentar bloquearle el paso. Solo lo imitó, cruzándose de brazos, y lo miró ofendida. Estaba especialmente irritada esa noche, aunque la culpa no era de él. Era de todo ese maldito sistema que le obligaba a revivir la peor experiencia de su vida todos los años. Y a veces se hacía muy difícil no proyectarse en sus tributos, pero lo conseguía.

Era eficiente. Y despiadada. Y eso la diferenciaba de Meadows. Pero al contrario que él, no guardaba rencores inútiles.

—Mira, ¿sabes qué? Que lo volvería a hacer —le dijo, esquivando su pregunta. Sabía perfectamente que entendería. Bajó un poco la voz cuando se dio cuenta de que había gente cerca—. Si crees que no voy a luchar por la vida de mis tributos, aun si eso implica llevarme por delante a los demás, te equivocas. Y deberías hacer lo mismo y no aferrarte tanto a sentimentalismos baratos.

—Vete a la mierda, Hargrave…—masculló apretando los puños y girándose para mirarla de  nuevo al escucharla decir aquello. ¿Sentimentalismos baratos? Que volvería hacerlo era algo que ya sabía, por algo no se había vuelto a fiar de ella para hacer ningún pacto.

Pero lo que le impedía actuar como ella era algo que muchos de los vencedores parecían haber perdido en el camino: la moral, la esperanza y, en parte, la inocencia. No era un idiota, sabía que él, como los demás, había perdido gran parte de esas cualidades al ganar sus juegos y entrar a formar parte de aquellos más sutiles y desconocidos que tenían lugar todo el año en la capital de Panem. Pero al menos él se esforzaba en recordarlo. Pese a lo que pudiera suponer para él mismo o su familia.

—No sabes una mierda de qué me mueve y qué me deja de mover. Y este año no estoy dispuesto a aguantar gilipolleces de nadie. Llevo sin dormir desde la jodida Cosecha, así que haz el favor de no tocarme los cojones…—resopló y se pasó una mano por el pelo. Hablaba rápido, con un discurso lleno de palabras malsonantes que normalmente trataba de evitar, pero sin subir el tono, manteniéndolo bajo para que no los escuchasen los demás, y es que más de un mirón se había acercado más o menos disimuladamente a intentar captar la conversación— Te puedo asegurar que no son sentimentalismos baratos. Eso sí. Y, si me disculpas, voy a hablar con Osiris.

La empatía de Laura había sido siempre muy limitada y selectiva. Una parte de ella, pese a todo lo que hubiera madurado y el dolor que llevaba dentro, seguía siendo aquella niña caprichosa e insolente que había visto los juegos como sinónimo de gloria y había sobrestimado sus capacidades. Y quizá por ello Meadows la sacaba de sus casillas. No podía soportar tanto buenismo. Tanta... dignidad.

Cuando se trataba de los Juegos del Hambre, eso había que dejarlo a un lado.

—No. Si me voy a la mierda, ¿quién va a cuidar del distrito cuatro? —replicó, cargando su respuesta de rabia, aunque no iba del todo dirigida a él. Meadows necesitaba abrir los ojos y entender que la supervivencia no era compatible con los buenos corazones—. Como veas. Si te crees que eres el único que no duerme o que... —Se calló, dándose cuenta de que no les convenía hablar de ciertos temas en aquella celebración, menos aún si lo hacían casi con desprecio—. Ve, habla con Osiris, busca tu alianza, pero no vas a llegar muy lejos si cierras puertas antes siquiera de empezar.

Se había dado cuenta de que Meadows estaba más alterado de lo normal y eso la intrigaba, pero quizá aquella noche no era la mejor para intentar hablar. Había quedado claro que los dos estaban demasiado agresivos. Y si seguían así, acabarían dando un espectáculo que no les convenía. No allí. Había cosas que era mejor no decir en público.

Casi se giró de nuevo para encararse con ella. Desde luego necesitaba descargar la frustración, la rabia, la ira… Todo lo negativo que lo invadía desde la Cosecha. Y ella parecía la persona más adecuada para hacerlo pese a que sabía que no eran ni el momento ni el lugar más adecuados para perder el control como lo estaba perdiendo.

Pero una mano en su hombro, una mano conocida, lo hizo mirar hacia el lado contrario para encontrarse con los ojos de Enzo fijos en él, preocupados.

—¿Estás bien?—le preguntó en voz relativamente baja— ¿Quieres que vayamos un momento a tomar el aire?

Respiró profundamente cerrando los ojos y negó con la cabeza, pasándole un brazo por los hombros en ademán protector, agradeciendo así que lo hubiera devuelto a la realidad.

—No, no… No te preocupes, Enzo. Estoy bien. Oye… ¿dónde has dejado a Maritta?

—Está por ahí con Hay…—respondió distrayéndose casi al instante, como acostumbraba a hacer y, desligándose del brazo de su tío, se acercó a Laura con una sonrisa ladeada que había aprendido de su tío y tendiéndole la mano— Buenas noches, Laura Hargrave, ¿verdad? Un gusto conocerla… Quiero que sepa que me encanta su estilo de pintura, casi se puede ver el sentimiento con el que están hechas sus obras…

Scott suspiró. Demasiado bien lo había educado. Se giró de nuevo, incómodo, con los hombros caídos. ¿De verdad iba a perder así a su sobrino? ¿No le habían quitado ya suficiente?

La brutal honestidad, casi crueldad, con la que le había hablado le hicieron sentir una punzada de culpabilidad. Pero era mejor así, Meadows necesitaba espabilar. Y ella misma necesitaba entender que, quizá, a partir de la Cosecha solía comportarse como una persona bastante diferente. Sabía que si pensaba fríamente en su propio comportamiento, sentiría que no era apropiado.

Estaba a punto de darse la vuelta y seguir con su camino cuando escuchó otra voz. Una que no le sonaba de nada. Y se sintió incómoda y avergonzada ante aquel adolescente que parecía mucho más entero que cualquiera de ellos.

Dibujó una media sonrisa, quizá la más sincera de todas las que había dedicado aquella noche, y se permitió un poco de orgullo. Aunque sabía que su arte no sería nada sin aquello que lo inspiraba... y lo que lo hacía no eran emociones positivas.

—Gracias —respondió, dándole la mano en un apretón rápido y ligero. A Laura no le gustaba demasiado el contacto físico con hombres, a pesar de que aquel era casi solo un niño—. Si me permites la pregunta, y espero no parecer... maleducada, ¿cómo conoces mis obras? Normalmente no salen del Capitolio.

—Oh, en casa tenemos algunos—contestó el niño sin perder la sonrisa pese a la situación, centrándose en el momento presente—. El de la entrada y el de mi cuarto son suyos, ¿verdad? Y también tienes un par en tu cuarto, ¿no? El largo que está junto al armario y…

Scott asintió y volvió a agarrarlo por el hombro, interrumpiéndolo y tirando de él suavemente para apartarlo de Laura y darle la vuelta.

—¿Por qué no vas a buscar a Hay y a Maritta, Enzo? Id subiendo a la habitación, ¿vale? No quiero que os acostéis tarde… Tenéis que aprovechar el entrenamiento al máximo mañana…

—Sí… Claro…—desconcertado y ligeramente avergonzado parecía el chaval en aquel momento, pero aún así se giró un instante para mirar a Laura y despedirse con un gesto de la mano— Un placer conocerla, señorita Hargrave. De verdad que soy un gran fan.

Dicho lo cual echó a andar más bien a paso rápido para alejarse de Scott y su compañera vencedora, como si quisiera ahorrarse un toque de atención o una colleja. Scott, por su parte, suspiró y se pasó las manos por el pelo, desordenándolo más si era posible, antes de pasar a subirse las mangas del traje, arrugándolas sin remedio en el proceso.

—En fin, Hargrave… Imagino que voy a seguir tu consejo y voy a cuidar del distrito ocho…—cansado y derrotado, ese era el aspecto del vencedor de los quincuagésimo cuartos juegos del hambre, un aspecto que, pese a todo, nunca había mostrado, al menos no en público— Perdona si este año no te deseo suerte…—añadió mascullando, sin contener el sarcasmo.

Hubo un momento de incertidumbre, de silencio escéptico. ¿Vivían... juntos? ¿Meadows y el tributo masculino de ese año? La impresión que aquella información le había provocado la dejó en blanco, sin saber qué responder o cómo. Era como si de repente su mente hubiera pisado el freno de golpe y ahora le costara conseguir la misma velocidad de antes.

—Encantada... —musitó. Eso fue lo único que le salió. Se quedó mirando al muchacho y poco a poco empezó a encajar piezas. Había cierto parecido. No físico, quizá, pero sí en cuanto a ademanes.

Tenían la misma sonrisa.

Hacía mucho que no veía la de Meadows, pero estaba segura de eso.

Actuó por instinto, agarrando a Scott del brazo antes de que se diera la vuelta y se marchara. Incapaz de formular una frase con sentido en esos momentos, se quedó mirándolo intensamente a los ojos.

Se frenó de golpe al notar la mano agarrándolo del brazo y se giró sólo para quedarse paralizado un instante ante la intensa pregunta que brillaba en los ojos de Laura. Un nuevo suspiro, un asentimiento vago y agachó la cabeza.

—Es el hijo de mi hermana…—murmuró sin poder mirarla a los ojos— La única familia que me queda.

Se zafó de su brazo y se sacó del bolsillo de la americana uno de sus omnipresentes ganchillos para empezar a hacer cadenetas con el trocito de lana que llevaba unido a él.

—Aún no sé cómo…—respiró hondo y se cortó a media frase— Tengo que ir a encargarme de mis tributos, Hargrave…

Las palabras se le atascaban. La mala suerte parecía que no fuera a abandonarlo nunca. Y sabía que no debía desahogarse en público, menos aún con Laura. Necesitaba salir de allí.

—Así que por eso llevas sin dormir desde la Cosecha —sentenció. Y lo hizo de forma categórica, con dureza, porque si intentaba pensar en todo lo que eso significaba con algo de sensibilidad perdería la cabeza.

No hizo ningún ademán de impedir que se soltara y, aunque le extrañó que sacara agujas de ganchillo y material de los bolsillos del traje, no hizo comentario ninguno. Hasta ella podía entenderlo. Los Juegos del Hambre eran una sentencia a muerte, una posibilidad de sobrevivir entre veinticuatro. Y Meadows, como muchos años, estaba viendo que aquella posibilidad casi no estaba su alcance; con la diferencia de que, ese año, iba a perder a un niño que no era anónimo.

Por un momento, en su interior cargado de rabia, casi agradeció que le hubieran quitado a su hijo. Que estuviera en algún lugar del Capitolio, convirtiéndose en una de esas despreciables personas. Despreciable también, pero a salvo.

—Te ayudaré —murmuró—. Y esta vez de verdad.

Una traición a sus tributos. Y una promesa que quizá Meadows no estaría dispuesto a creer, pero que no dejaría de ser menos cierta por ello.