4 768 días

4 768 días.

Ese era el título que figuraba en la placa bajo la última pintura que había puesto en exposición, aunque no estaba a la venta. Se trataba de un lienzo del 100 figura en el que se visualizaba un fondo de colores rojizos, rosados, violetas y azules y una figura, quizá humana, difuminada en tonos más oscuros, con los brazos extendidos. No se sabía si iba a caer o a volar, pero el sol del amanecer parecía brillar tras ella y deslumbrar al observador.

No era lo que Laura quería conseguir. No era la pintura perfecta, pero era la mejor que había hecho. 4 768 días hasta el día en el que la terminó. El mejor desahogo que podría haber tenido, todo oculto detrás del arte caro. Un pequeño acto de rebelión de los que no dejan marca hasta siglos después.

—¿Señorita Hargrave?

Laura se dio la vuelta, con las manos entrelazadas a la espalda, solo para encontrarse con una mujer trajeada, no precisamente de forma discreta —aunque ¿qué era discreto en el Capitolio?—, y con gafas que la miraba con unas claras intenciones escritas en el rostro.

La galería era de uno de sus contactos y, aunque la exposición abriría al público esa tarde, se habían habilitado unas horas para que curadores y potenciales compradores acaudalados pudieran ojear sus obras con calma.

—Mi cliente estaría interesado en…

—No está a la venta.

—¿Disculpe?

—Esta en concreto no está a la venta, lo lamento mucho.

—Señorita Hargrave, le puedo asegurar que mi cliente está muy interesado y tiene pensada una sustanciosa suma…

—¿Está aquí?

—¿Mi cliente?

—No, su madre si quiere. Por supuesto que su cliente. ¿Le tengo que decir a su cliente directamente que no está a la venta? ¿Necesita que lo haga en algún idioma en concreto? —replicó con tono mordaz. Odiaba esa clase de intercambios. Pero, al fin de cuentas, la gente del Capitolio no estaba acostumbrada a que les dijeran que no.

Miró rápidamente alrededor. La sala en la que se exponía ese cuadro, y algunos otros menos importantes, era amplia y luminosa. Laura atisbó un hombre en lado apartado, observando otra de las pinturas.

—Oh, ¿se trata de él? Bueno —E ignorando las protestas de la agente Laura avanzó a zancadas hasta el señor en cuestión y le dio unos golpecitos en el hombro para llamar su atención.

Si no hubiera sido así de impulsiva, quizá se habría dado cuenta de que había algo en esa espalda y en ese pelo que le sonaba.

Aquella mañana al despertar había descubierto algo imperdonable: un hueco libre en la pared de su dormitorio. Un hueco que mostraba el deslumbrante, monocromo y ofensivo blanco del yeso que cubría las paredes de su casa en la villa de los vencedores. No soportaba esa monocromía. Por eso había comenzado a coleccionar cuadros de todos los colores habidos y por haber, de todos los estilos imaginables, para rellenar los huecos y sentirse, aunque fuera, cómodo en su propio hogar. Fuera del dormitorio aquel horror vacui se manifestaba de forma mucho más discreta. Pero su cuarto… Cualquier persona con un mínimo de gusto y de claustrofobia desearía quemarlo hasta los cimientos.

El caso era que no podía tolerar que hubiera un hueco vacío en el dormitorio. Así que, tras asegurarse de que su sobrino desayunaba correctamente y llegaba al colegio a su hora, se acercó a la estación para coger el tren dirección al Capitolio, donde sabía de sobra que podría encontrar algo que satisficiera su manía. Además, así podría aprovechar y hacer unas cuantas visitas de cortesía, de cara a los próximos juegos.

Dormitó todo el trayecto y se despertó según entraban en la capital de Panem. Como buenamente supo se colocó (o más bien descolocó) el pelo que había quedado aplastado tras su inesperada siesta, y salió en dirección a una de las galerías de arte de la ciudad. Por el camino se puso en contacto con su agente habitual para que se encontrase con él allí.

Nada más entrar su vista se clavó en un maravilloso cuadro de mil colores, brillante, como a él le gustaba. No sabía si cabría en el hueco que tenía en el dormitorio, pero le encantaba. Podría mover algunos hasta acomodarlo. Aquel sol brillando tras la figura humanoide que dominaba la obra le transmitía una sensación cálida, algo parecido a la esperanza… Lo quería. Definitivamente tenía que ser suyo.

—Ese—le dijo a su agente en cuanto se puso a su lado, señalándolo discretamente con la cabeza—. Lo quiero. Ya sabe mis términos.

Dicho eso, decidió aprovechar para mirar otros. Aún había muchos huecos que llenar en la casa sin que nadie se diera cuenta de su obsesión.

Claro que su búsqueda de más cuadros quedó rápidamente interrumpida cuando notó unos golpecitos en un hombro. Se giró con una mínima sonrisa de cortesía, casi dulce, que se le congeló en la cara al ver quién llamaba su atención.

—Vaya, Hargrave… Qué sorpresa verte por aquí…—y de las desagradables, si le preguntaban su opinión— ¿Necesitas algo de mí?

Tenía su mejor sonrisa de embaucadora preparada, esa que usaba para mandar a la gente educadamente a la mierda, cuando el hombre se dio la vuelta. Se le congeló en la cara, a la vez que daba un paso hacia atrás por instinto y su expresión de negociadora despiadada empezaba a transformarse en confusión pura. Si no fuera porque Meadows parecía igual de desconcertado que ella, se habría sentido hasta humillada.

—Esto no es serio —masculló casi para sí, ignorando el pseudo-saludo del otro mentor solo para darse la vuelta y ver a la agente que la había metido en aquel lío.

La mujer en cuestión estaba tan solo a un par de metros de ellos, muy ocupada fingiendo que limpiaba sus gafas para disimular que en realidad estaba poniendo la oreja.  Laura frunció un poco el ceño mientras su cerebro sumaba dos más dos más lentamente de lo habitual y volvió a mirar a Meadows.

—Ah… —No sabía muy bien qué decir y no era propio de ella quedarse sin palabras. La agente no había confirmado ni desmentido que Meadows fuera su cliente y la lógica le dictaba que, en efecto, era así; pero de todos modos a Laura le parecía una broma de mal gusto—. Eh, sí. Me preguntaba… ¿Esa mujer trabaja para ti?

Laura siempre era directa, salvo cuando el fin justificaba otros medios más sutiles. Pero en este caso no era así y no le veía uso alguno a evadir la cuestión que la había llevado a llamar la atención de su compañero, por mucha hostilidad que hubiera entre ellos. Solo habían pasado cinco días desde la última vez que se vieron, en aquella fiesta, pero Laura se sentía como si hubieran sido meses.

Sinceramente nunca había sabido muy bien cómo tratarlo.

Habría encontrado gracioso que pareciera no encontrar las palabras, y probablemente se hubiera burlado un poco de ella, si la situación no le hubiera pillado totalmente desprevenido. Aquella no era una visita al Capitolio para socializar con otros vencedores. Era una visita meramente comercial y quizás social con capitolinos una vez hubiera terminado la parte de compras.

—Sí, es mi agente de comp…—y ahí fue cuando él ató cabos— Espera, ¿los cuadros son tuyos? ¿Los pintas tú?—lo preguntó más bien para ganar tiempo mientras pensaba. ¡Por supuesto que eran suyos! ¿Por qué otra razón iba a haberse acercado a él a preguntarle por su agente?

Se giró un poco para poder llamar la atención de la mujer, que estaba colocándose muy lentamente las gafas. Le hizo un gesto con la mano y luego negó con el dedo y con la cabeza al mismo tiempo, para dejar bien clara su negativa.

—No se preocupe, señorita Westbay. Ya no lo quiero—la informó en voz alta, sin que le importase quién pudiera oírlo, y volvió a girarse hacia Laura y se cruzó de brazos—. Bien, Hargrave, no sabía que pintases… Pero creo que yo ya he terminado por aquí. ¿Se te ofrece algo más de mí o…?—terminó la pregunta señalando la puerta con la cabeza.

Scott fue más rápido que ella atando cabos y Laura solo pudo disfrutar del cambio de expresión en su rostro, cruzándose lentamente de brazos y echándose un poco hacia atrás para adoptar una pose de arrogancia que, en su momento, había copiado de Shimmer. Por supuesto, no iba a dejar que notara que estaba tan sorprendido como ella de encontrarlo ahí, aunque quizá ya era tarde para tratar de poner solución a eso cuando ambos todavía parecían estar asimilándolo.

—No te tenía por un amante del arte —le vaciló, sin esforzarse en disimular ni siquiera un poco la mofa.

Laura estaba muy orgullosa de sus pinturas, pero no era porque tuviera talento o le hubieran abierto las puertas a los círculos más exclusivos del Capitolio. No, eso ya lo habían hecho los Juegos. Era porque no tenía otra forma de dejar sacar toda esa negrura que cargaba dentro. Temía que, si dejaba algún día de pintar, la consumiera.

Y fue ese orgullo lo que la hizo sentirse un poco ofendida cuando Meadows se dirigió a su agente con esas palabras. Reaccionó resoplando, alzando una ceja y mirándolo con una sonrisa plástica que enseñaba sus colmillos solo por el mero fuerzo de mantenerla.

—¿“Ya no lo quieres”? Guau, Scott, qué maduro. —Solo el hecho de que él se cruzara de brazos hizo que ella bajara los suyos, con tal de llevarle la contraria en cualquier cosa, tontería o no—. ¿Pues sabes qué? Que tampoco te lo iba a vender, así que eso que me ahorras. Hale, venga, ya puedes salir corriendo.

—No se puede decir que seas precisamente humilde, ¿no?—dijo para devolverle el pique, que completó mirando alrededor— No voy a negar que son bonitos pero… ¿arte? Tal vez eso sea sobrevalorarlos a ellos y a la pintora.

No tenía nada en contra de sus obras y, por supuesto, no podía negar que le gustaban. De hecho, tenía varios cuadros colgados en casa de la misma galería y que tenían un estilo muy similar al que estaba viendo en aquella ocasión. Pero se helaría el infierno antes de que ella le escuchase decir algo semejante.

Sonrió inocentemente y mantuvo la sonrisa cuando ella claramente se ofendió por su repentino desinterés en sus obras. Pero claro, el hecho de que ella le dijera que en cualquier caso no se lo habría vendido le molestó.

—¿Cómo que no me lo ibas a vender? ¿Y qué haces con él aquí? ¿Pasearlo?—resopló y frunció un poco el ceño— Pues mira, ¿sabes qué? Que ya no me voy. Voy a mirar un poco más para ver si hay algún otro cuadro que no vaya a llevarme.

Era infantil y no tenía sentido alguno. Pero Scott no podía evitarlo. En cierto modo era su “venganza” por el incidente que habían tenido tiempo atrás: o bien la ignoraba de forma concienzuda o bien se dedicaba a molestarla a cada ocasión que se le presentaba. No tenía término medio, aunque todo dependía del contexto.

—La humildad nunca me ha servido de nada. —Tuvo que morderse el pasivo-agresivo cariño que solía salirle solo cuando la sacaban de sus casillas. Un poco el caso de Meadows, a veces—. Sabía yo que esperar que reconocieras el arte por lo que es era demasiado. Pero bueno, qué se va a esperar de un costurero, de donde no hay no se puede sacar.

Se esforzó por ocultar la acidez en su tono, aunque las simples palabras goteaban veneno. No iba a permitir que la pisoteara un Don Nadie del distrito ocho que se habría muerto de hambre hacía años de no ser por los Juegos. Juegos que, curiosamente, no ganó solo a base de suerte y por eso Laura prefería no subestimarlo demasiado. Pero eso era una cosa y esta, otra.

—Exponerlo. Sabes lo que es una exposición, ¿no? Se exponen cosas, como su nombre indica. —Si no te han dado las neuronas, vaya. Quizá se estaba pasando un poco y su comportamiento era tan infantil que hasta le estaba dando algo de vergüenza cuando había una testigo delante que, por mucho que intentara disimular, se notaba que quería unas palomitas—. Tú te lo pierdes. En realidad es mejor, así le das la oportunidad a alguien que de verdad lo valore.

Relajó los hombros, cansada de aquella pelea de niños y decidió que lo mejor era dejarlo por la paz. Scott y ella nunca volverían a tener la relación cordial de años atrás y esperar un poco de civismo parecía ser fútil.

Se dio la vuelta dispuesta a marcharse, pero lo pensó mejor y, sin saber exactamente por qué lo hacía, volvió a mirarlo con un suspiro, regañándose mentalmente.

—Ven.

Puso los ojos en blanco cuando se refirió a él como costurero. No era ningún secreto que diseñaba ropa. Es más, alguno de sus diseños más extravagantes había sido lucido en las fiestas multitudinarias a las que invitaban a los vencedores para codearse con ellos. Y viniendo del distrito 08 tampoco era un misterio por qué había optado por aquella afición después de los juegos.

—¿Lo expones sin esperar beneficio alguno de él? Vaya, mira cómo cambian algunas…—replicó sin molestarse en ocultar cierta incredulidad y un ligero desprecio en su tono.

Puede que aquel rifirrafe constante fuera un pique infantil, pero Scott estaba poco dispuesto a olvidarse del daño que Laura le había causado a uno de los pocos tributos con posibilidades que había tenido en aquellos veinte años.

Sin embargo, montar un numerito en el Capitolio probablemente no fuera una buena estrategia, así que cuando ella le ofreció aquella “tregua”, suspiró y la siguió, aceptándola en silencio.

—¿Vas a explicarme el simbolismo oculto o sólo quieres presumir más cerca de tu obra?—preguntó arqueando una ceja, sin pizca de sarcasmo o mala leche ocultas. Era una pregunta sincera.

Volvió a fijar la vista en el cuadro que tenían en frente, el mismo que había estado dispuesto a comprar en cuanto le había puesto los ojos encima. Seguía encontrándolo hermoso y, por una vez, si se lo preguntaba no lo negaría.

Le dirigió una mirada que indicaba que si había intentado hacer una gracia, esta había sido ridícula y se había estrellado directamente en el suelo. Pero no, había más desprecio que mofa en el tono de Meadows y Laura prefería no hacer mucho caso a eso. Desde la victoria de Ryan siempre había sido así. A la hora de la verdad, el distrito cuatro estaba solo. Ni siquiera los profesionales confiaban del todo en ellos ya, aunque seguían viéndolos útiles y, por suerte, Laura podía decir que su relación con Meda seguía siendo bastante buena.

Laura se negaba a sentirse culpable por lo que había hecho y si tenía que lidiar con las consecuencias por el resto de su vida, lo haría. No se arrepentía.

—No hay ningún simbolismo oculto, en realidad. Es claro como la luz del día. Pero… —Y bajó un poco la voz porque, aunque estaban solos, Laura prefería ser prudente cuando se trataba de exteriorizar su desprecio hacia ciertos sectores—. La mayoría de la gente del Capitolio no lo verían ni aunque les hiciera un ensayo explicándolo.

Se detuvieron frente al cuadro. Realmente se trataba de un lienzo enorme, de proporciones tan exageradas para una pintura que hasta a Laura le costaba creer que lo hubiera acabado de verdad y no lo hubiera dejado a medias.

Solo con contemplarlo así se sentía vulnerable y, sin quererlo, se cruzó de brazos, como protegiéndose ante el poder que tenía sobre ella.

—¿Tú recuerdas mi año, Scott? —le preguntó sin mirarlo. Se trataba casi de una pregunta retórica: era una práctica habitual visionar las grabaciones de Juegos anteriores con los nuevos tributos, para que supieran lo que esperaban. En todos los años que Meadows llevaba siendo mentor, probablemente había visto los suyos alguna vez más.

—Bueno, la verdad es que eso es discutible… Yo le veo varias posibles interpretaciones…—replicó girándose para mirarla a ella, a tiempo de fijarse en cómo parecía autoprotegerse sólo por estar frente al cuadro— Y, la verdad, debo felicitarte. Es… arrebatador.

Era todo lo bueno que iba a decir, a menos que ella preguntase activamente. Ya se había propasado con respecto a su actitud habitual hacia ella. No iba a permitirse ni una sola licencia más.

—Como para olvidarlo…—contestó sin despegar la mirada del cuadro. Todos los Juegos que había vivido como mentor, al contrario que aquellos que había ganado, estaban grabados a fuego en su memoria. Era incapaz de olvidarlos— Aposté por ti—y una vez más le pudo la boca. No mentía al decir aquello. Una vez muertos los tributos de su distrito, sin tener a nadie a quien proteger ni por quien pelear desde fuera, no había dudado mucho en escoger favorito y en hacer un poco de campaña por ella.

Se giró para mirarla entonces, planteándose si se arrepentía de haber depositado algo de confianza en ella sólo para descubrir, con sorpresa, que no era así. Si hablar bien de ella por aquí y por allá había contribuido en una ínfima parte a que consiguiera salir de la Arena, no se arrepentía de haberlo hecho. Realmente la única razón por la que le guardaba un rencor incombustible era por haber traicionado la confianza que había puesto en la alianza entre sus distritos para los sexagésimo octavos juegos.

El halago la sorprendió. Bueno, posiblemente la palabra que Meadows había decidido usar podía interpretarse de forma negativa, pero no parecía haberlo dicho con otra intención más que la de apreciarlo. Laura volvió a mirar su cuadro y asintió lentamente. Esos eran sus sentimientos, estaban ahí plasmados para siempre. Era lo único que podía hacer con ellos. Enseñarlos al mundo, convertirlos en un símbolo.

Pero no era lo que Shimmer merecía. Nada era lo que él merecía. Laura sentía que nunca sería bastante, que no tenía forma alguna de honrar el sacrificio de Shimmer, porque hasta seguir viviendo le parecía insuficiente.

No se dio cuenta de que se había quedado completamente en silencio y ausente hasta que, momentos después, procesó lo que Scott había dicho y se giró hacia él, sin siquiera esforzarse en ocultar la confusión que sentía. Buscó sus ojos, buscando algo que le dijera que era mentira o que ella había escuchado mal, pero…

—¿Por mí? —repitió, incrédula. No tenía sentido, ¿por qué? En retrospectiva, Laura sabía que no había tenido muchas posibilidades de ganar, que había sido la más débil de los profesionales y que, de no haber sido por Shimmer, jamás habría durado tanto como lo había hecho—. ¿Por qué? ¿Por qué no Shimmer?

Se encogió de hombros ante la pregunta sobre el pasado. Realmente no podía dar una respuesta. No estaba seguro de por qué lo había hecho. Simplemente… Al quedarse sin nadie de su distrito al que apoyar había buscado entre los supervivientes a alguien que le inspirase algo positivo y… Había estado ella. Realmente, si hubiera sido objetivo, no hubiera dedicado ningún tipo de apoyo a su causa. Pero había habido algo que le había impedido dejar que eso pasara.

—No lo sé… Supongo… Supongo que me van las causas perdidas—la miró de reojo, dedicándole una sonrisa de medio lado que traslucía un sentimiento entre la timidez y la tristeza.

Devolvió la mirada al cuadro, intentando recomponerse un poco y dio un paso atrás para aumentar el campo y poder verlo en su conjunto sin problemas. Inclinó la cabeza ligeramente hacia la derecha y resopló.

—Supongo que es una suerte que no lo vendas… Es tan grande que no creo que tenga un hueco apropiado para él. No sabes hacer las cosas a medias, ¿verdad?

No podía evitar sentirse desarmada, por más que cosas que solo la inesperada sinceridad de Scott. Jamás había pensado en esa posibilidad, en que realmente hubiera llamado la atención de algún otro vencedor. Sí, sabía que había causado sensación en el Capitolio, pero no por ella, sino por su atípica alianza con Shimmer. Los dos tributos profesionales con peores puntuaciones jugando al romance en la adversidad, dando espectáculo con la honestidad de sus sentimientos e intenciones.

Pero la gente del Capitolio, en su normalizado sadismo, disfrutaba de esas historias, las consumían, las nutrían. Para los vencedores era diferente, ellos las sufrían, y por eso las palabras de Scott resonaban tanto en su cabeza. No lo entendía.

Sonrió un poco, con amargura. Sabía que Meadows estaba intentando quitarle hierro al asunto, pero para ellos no había forma alguna de frivolizar los Juegos.

—Yo no habría dado un duro por una niñata como yo —le confesó. Le dolía decirlo, pero era la verdad. Si no se hubiera presentado a los Juegos… Respiró hondo, temblorosa—. A veces me pregunto si, de no haberme presentado voluntaria, el ganador de esa edición habría sido él.

Intentó que su tono no transparentara la vulnerabilidad que sentía, pero supo que no había tenido éxito. Quince años después y a veces aún sentía la necesidad de llorarlo.

Y cuando por un momento creyó que se iba a derrumbar, Meadows hizo aquella estúpida broma. Se le escapó una pequeña risa y sacudió la cabeza con desaprobación, tratando de apartar aquel fantasma de su mente.

—Err... No tenía un lienzo más pequeño.

—Si te consuela, no eres la única… Yo tampoco hubiera dado un duro por alguien como yo—tenía asumido que su victoria había tenido un gran componente de suerte. Al menos en base a los pocos recuerdos que conservaba, era la única conclusión que podía obtener. Suspiró ante su siguiente conclusión y se encogió de hombros—. Si me permites un consejo… Procura no pensarlo. No tiene sentido visitar el pasado pensando “¿y si…?”. No hay nada que podamos cambiar, así que es mejor no torturarnos a nosotros mismos. ¿No crees?

Llevado por un impulso, le colocó una mano en el hombro y le dio un ligero apretón antes de volver a dejar caer la mano para meterla en el bolsillo y volver a mirar el cuadro, exagerando un poco la risa que le causó el comentario sobre el lienzo.

—Pues deberías intentar comprar lienzos que sean de un tamaño normal de ahora en adelante. Incluso aunque estuvieras dispuesta a venderlo, no creo que nadie tenga un hueco tan grande en una pared como para colgarlo.

Miró el reloj de muñeca que llevaba puesto aquel día y sacudió la cabeza antes de separarse un paso de él.

—Bueno, Hargrave… Ahora sí que debería irme. Tengo que encontrar un cuadro hoy si quiero dormir tranquilo.

Pero por distintas razones. Laura se limitó a asentir, aunque el consuelo que podía sacar de ahí era poco. No creía que su caso se comparase con el de Scott… o el de cualquier otro de los distritos pobres. Ella se había presentado con su arrogancia en la mano, creyendo que pese a su edad tenía oportunidad solo porque desde pequeña le habían vendido los Juegos como la oportunidad perfecta de hacerse rica.

Todo por dinero.

Le parecía tan superfluo. ¿De verdad había estado dispuesta a matar solo por dinero?

Hasta Shimmer había tenido una razón más noble para presentarse voluntario.

Se dio cuenta de que se había quedado callada, así que se encogió de hombros, como si no le importara. Como si no le doliera tanto. No debería, pero… lo seguía haciendo.

—Ya lo sé. No importa cuánto lo eche de menos. Sigue estando muerto.

Esa era la verdad, dura, fría e ineludible. No importa lo que hagas, no va a dejar de estar muerto por eso. Era lo que la había permitido seguir adelante durante años.

Por un segundo se sintió tentada a poner su mano sobre la de él, sentir su calidez, pero desistió. Ni siquiera se llevaban bien, ¿qué hacía comportándose así?

—Quizá algún día te cuente un secreto, Scott. Pero ahora no —añadió después, aún pensando en Shimmer. Estúpido suicida de mierda. Su sacrificio ni siquiera había sido altruista.

Dio un par de pasos hacia el cuadro y tocó la firma en la esquina inferior derecha con aire distraído, murmurando algo parecido a un ahá a las cavilaciones de Scott. ¿Importaba el tamaño del lienzo? Quizá. Pero a ella le parecía apropiado. Igual de grande había sido el hueco que Shimmer le había dejado dentro.

—Lo tendré en cuenta —convino antes de darse la vuelta y asentir de nuevo. No iba a comentar sobre lo que había dicho: ella también tenía sus propias manías—. Suerte con eso. Y no quemes los cuadros míos que ya tengas, me llevaron tiempo.