Among the wreck

Era habitual que, durante las reuniones, todos trajeran algún tentempié o colaboraran de alguna manera para hacer la tarde más llevadera. A veces, a fin de cuentas, se tocaban temas que no solo eran sensibles, sino que te dejaban con una sensación de agotamiento emocional difícilmente remediable. Adrian lo había experimentado alguna vez, aunque no sabría decir hasta qué punto era extenuación y no apatía o en qué grado formaba parte del proceso de sanación, porque él no estaba notando mejora alguna. Seguía sintiéndose tan vacío, tan yermo y asolado como cuando firmó aquel traspaso de bienes en favor de la asociación o la primera vez que pisó el interior de la sede de Londres.

Ahogó un suspiro, apoyando las manos en una de las mesas que acababa de montar y agachando la cabeza durante unos momentos.

Él, que no era un cocinero avezado, solía conformarse con traer las bebidas o la ocasional tarta preparada por su hermano —aunque tenía la sensación de que, ahora que estaba en buenos términos con Declan, iba a poder recurrir a él para ese menester—. Por ello había varios termos con café y diversos tés esperando que terminara de colocar las mesas junto al par de ayudantes que le habían adjudicado.

No tenía por qué hacerlo, pero quería. No tenía por qué cargarse con más responsabilidades y, sin embargo, cuando le ofrecieron unirse al Departamento de Eventos y Relaciones Públicas y ser organizador de uno de los grupos locales no rechazó la oportunidad. Quería eliminar de sus horarios ese engañoso espectro llamado tiempo libre, que lo único que hacía era atormentarlo con pesadillas y recuerdos. Quizá no podía ayudarse a sí mismo, pero podía ayudar a otros.

La puerta principal de la estancia se abrió con un chirrido y Adrian, en su estado de hipervigilancia habitual, se sobresaltó. El mantel de papel que estaba colocando se le escapó de las manos y cayó sobre la mesa al mismo tiempo que clavaba sus ojos en la entrada.

Al ver a Johnson tomó una bocanada de aire y se tranquilizó.

—A este paso voy a tener que engrasar esas bisagras yo mismo —masculló para sí.

Las reuniones de la AVVMA eran una de las partes más importantes de su vida. La ayudaban a mantener vivo el recuerdo de su madre, el dolor por la pérdida y la llama del odio hacia aquellos que se la habían arrebatado y todos los de su clase. Era necesario que de vez en cuando le recordasen todo lo que había pasado, verse obligada a compartir con gente como ella lo que le había pasado. Eso también la ayudaba a no desesperarse cuando su trabajo la obligaba a juntarse con aquellos a quienes tanto despreciaba.

Empezar a trabajar en Hogwarts había sido duro pese a que no se lo hubiera contado a nadie. Cada vez que miraba a los otros profesores, al personal o incluso a los alumnos sentía ganas de dejarlo, de alejarse de allí tanto como pudiera. Odiaba su trabajo. Tanto como había odiado aquellas colaboraciones con las Instituciones de Crianza. Debía repetirse a diario que era un mal necesario, que era mejor que lo hiciera ella a que cualquier otro tuviera que sufrir.

Y las reuniones la ayudaban a mantenerse firme. Mientras que a algunos de los miembros de la asociación los revolvían y los dejaban para el arrastre durante un tiempo, a ella le daban fuerzas para seguir adelante. Salía más convencida de sí misma y de su fin en la vida. Sencillamente, las necesitaba.

Por eso solía llegar temprano. Y, pese a que hubiera cola en la pastelería en la que siempre se paraba a comprar una buena provisión de pastas de té que compartir con todos durante las sesiones, aquel día no fue una excepción. Al entrar en la sala de la sede de la asociación, el único que estaba presente por el momento era Vaughn que, con su sobresalto, hizo que la morena sonriera con un ligero aire de burla.

—Sería una buena idea, Adrian… No parece que los de arriba estén haciendo mucho caso a los emails pidiendo que manden a los de mantenimiento—contestó mientras se acercaba a él, dejando la bandeja de las pastas sobre una silla para ayudarle a colocar el mantel que había dejado caer— ¿Qué tal todo?

Se humedeció los labios, un poco nervioso ante la inquisitiva mujer que había sido testigo de uno de sus vergonzosos momentos de vulnerabilidad. Sabía perfectamente que era un problema y que estaba condicionando gran parte de su vida, pero aun así era un asunto que le incumbía solamente a él y a su psicólogo. El AVVMA era un apoyo, un mecanismo de defensa, pero no algo que se sumergiera hasta la raíz del problema y lo solucionara milagrosamente… y por ello a veces no podía evitar cerrarse en banda anticipándose a juicios que su sentido común le recordaba que no llegarían… pero que temía igualmente.

Y Emma Johnson en particular le provocaba un recelo que no sabía a qué achacar. Quizá a su severidad aparente o a la manera en que la descubría mirándolo a veces, como si fuera una amenaza. Era familiar, porque era la misma manera en la que él miraba a las personas como él, la misma forma en que buscaba enemigos y peligros por los rincones.

—Emma —saludó con cierta timidez, apresurándose a recolocar el mantel con su ayuda—. Bien. Bien, gracias por preguntar.

Era una respuesta cordial, impersonal; una mentira evidente fácil de descubrir fijándose en las ojeras que cada día parecían más pronunciadas.

—Estresado —enmendó rápidamente—, el trabajo es una locura últimamente. —Le dedicó una sonrisa algo cansada. No era ningún secreto en la asociación que Adrian trabajaba para el EVAT y que, de hecho, había intercedido ante ellos en nombre de la AVVMA para conseguir algunos beneficios—. ¿Y tú? Veo que has traído… las pastas de siempre. Tienes que decirme dónde las compras.

Esto puedes hacerlo, pensó mientras dejaba de nuevo los termos sobre la mesa. Tener una conversación casual y amable no era ningún reto, incluso aunque se sintiera fuera del agua a solas con la mujer.

—Ya me imagino que con lo que ha pasado apenas os dejarán un momento para descansar...— A ellos tampoco, por algo había terminado en aquel estúpido y podrido colegio. Le dedicó una sonrisa aparentemente dulce mientras colocaba una mano sobre su hombro para darle un ligero apretón— Me alegra que hayas podido sacar un rato para venir a la reunión— Mentira. Él era una de esas aberraciones que odiaba, por mucho que hubiera aceptado su condición de peligroso y él mismo apoyase la causa. pero eso Adrian no tenía por qué saberlo.

Se apartó de él para recoger la bandeja de pastas y colocarla, con la precisión casi obsesiva que la caracterizaba, perfectamente cuadrada con los bordes de la mesa.

—Pues son de una pastelería de aquí al lado. Se llama Dulces Creaciones o algo parecido. Luego, cuando acabemos, te digo cómo llegar desde aquí si quieres...

Echó un nuevo vistazo a la sala, acercándose a a un par de sillas que estaban peor colocadas de lo que correspondía para sus estándares, arreglándolo al tiempo que contestaba a la pregunta.

—Todo bien... Bueno, ya sabes, con el estrés que causa adaptarse a un nuevo trabajo, con nuevos compañeros... Nada fuera de lo normal— Levantó la mirada para fijarla en él, moviéndose de nuevo para llegar a la silla que estaba de cara a las puertas de la sala sin llegar a dar la espalda a las ventanas, controlando las entradas y salidas. Se quitó la chaqueta y la colgó del respaldo de la silla—. Me han contratado en Hogwarts como profesora de Estudios Muggles—informó con una sonrisa tan amplia como brillante, el tono de su voz animado, como si estuviera orgullosa de haber conseguido el puesto, pese a que se le subiera la bilis a la garganta sólo de pensarlo—. Es... bastante diferente enseñar allí que en los otros institutos en los que he estado...

—No. Ha sido un mes… caótico —respondió con ciertas reservas. El trabajo no era, en realidad, algo de lo que le apeteciera hablar; decir que estaba estresado por los últimos sucesos era utilizar un eufemismo, pero eso era lo único que se veía capaz de decir en voz alta, más aún allí. Últimamente las dudas respecto al proceder del EVAT lo carcomían, así que apelaba a su fe, a la confianza que tenía en que estaban haciendo lo correcto, que el fin justificaba los medios—, pero todo parece estar volviendo a su cauce. Esperemos que noviembre sea más tranquilo.

Su maniobra de distracción parecía haber sido exitosa y Adrian, agradecido, se limitó a escuchar a la mujer atentamente. Su sonrisa fue cordial, calculada, pero ni siquiera eso podía esconder el cansancio y la incomodidad.

—Lo agradecería —zanjó, antes de mirar rápidamente alrededor por si quedaba algo por hacer. Necesitaba algo en lo que ocupar el tiempo hasta que empezara la reunión, pues la resultaba más fácil mantener una conversación casual si a la vez se encargaba de más asuntos.

De lo contrario, corría el riesgo de que se hiciera el típico silencio tenso e incómodo que nunca sabía cómo revertir. Tus habilidades sociales son prácticamente nulas, se dijo con cierta ironía. O están oxidadas. Nunca había sido una persona extrovertida, ni siquiera en su más tierna infancia, pero de ahí a la timidez casi patológica que exhibía en su adultez había un trecho.

Cuando vio que ella se sentaba la imitó, sin poder evitar fijarse en dónde y cómo lo hacía. Era una actitud demasiado similar a la que él tenía a veces —motivada por una necesidad de controlar las rutas de acceso y escape de todo espacio cerrado—, que rozaba lo paranoico y que intentaba evitar a toda costa cuando estaba en público. Sería más fácil si no le provocara esa desagradable ansiedad.

Se dobló hacia delante, apoyando los codos sobre las rodillas y entrelazando las manos.

—Me lo puedo imaginar —le dijo, sin interrumpir—. Yo… estuve en el escuadrón de Hogwarts al principio de mi… bueno, mi trayectoria en el EVAT. —Por supuesto, por entonces él ya conocía el colegio, por algo había estudiado allí, pero a diferencia de muchos de sus compañeros siempre lo percibió más como una cárcel que como un hogar… y siempre era distinto volver a visitarlo cuando se era adulto—. Enhorabuena por tu puesto. Estoy seguro de que… lo exprimirás al máximo.

Palabras ambiguas, recapacitó después.

—¿Ah sí?—preguntó con una sonrisa cuando le comentó que había estado destinado en el escuadrón de Hogwarts durante un tiempo— ¿Y qué tal la experiencia?—añadió sin dejar de sonreír, como si agradeciese el reconocimiento por su “ascenso”, si es que se podía llamar así a aquella tortura.

Pero sí, debía admitir, aunque sólo fuera ante sí misma, que iba a exprimir tanto como pudiera el puesto. Debía encontrar la forma de  reducir al máximo posible las malas influencias que la magia y su enseñanza parecían ejercer sobre los niños que habían tenido la mala fortuna de nacer con aquel problema. Nada bueno salía de algo tan terrible como la magia, aunque algunos locos la considerasen un don. Y no se podía permitir que los críos creyeran eso.

Por eso había aceptado el puesto. Había que hacerles ver la mala suerte que les había tocado; enseñarles a temer todo lo que podían hacer si se descontrolaban. Obviamente debían aprender. No por ello debían usarla.

—Sin duda voy a aprovechar al máximo el tiempo que esté allí, no lo dudes… Aunque echaré de menos el trabajo con las instituciones de crianza, sinceramente…—una nueva mentira, pero ni tan siquiera le tembló la voz— Es tan satisfactorio ayudar a los niños que están allí…

Con un movimiento fluido y distraído se colocó el bolso sobre el regazo y sacó el móvil para comprobar rápidamente la hora en la pantalla.

—Parece que se retrasan…—odiaba constatar lo evidente, pero no creía que dejar que se instalara un silencio incómodo entre ellos fuera buena idea— Si te parece podemos ir empezando tú y yo a poner en común las ideas que quedamos en la reunión del mes pasado que íbamos a unificar para organizar la velada navideña. ¿Te apetece?

—¿La experiencia? —Durante unos segundos se quedó en blanco, antes de procesar que Johnson le estaba preguntando sobre cómo le había ido en Hogwarts. Tuvo que reprimir un suspiro: había sido una época extraña para él—. Bueno. Supongo que los niños no se me dan tan… mal. Aguantarlos a ellos no era el problema, porque en general intentan no cruzarse con nosotros y no molestar… Lidiar con los profesores y la directiva era más difícil.

Calló porque no quería que Johnson asumiera que se estaba quejando. Adrian era realista respecto a su trabajo: había cosas mejorables, cosas con las que no estaba de acuerdo y cosas que lo agotaban física y psicológicamente, pero era un puesto que le gustaba, uno en el que era bueno y le daba un propósito, incluso si por entonces, en Hogwarts, no había sido capaz de entenderlo.

No, por entonces su mayor objetivo era seguir existiendo de un día para otro y nada más, ¡como para plantearse propósitos! Las heridas de lo sucedido con Denam eran demasiado recientes y, para colmo, otro de sus ex estaba enseñando en el colegio, así que las tensiones eran obvias.

Cuando pensaba en esa época de su vida, no sabía cómo sentirse. Algo muy parecido a la vergüenza coexistía con otras emociones.

—El mundo necesita más personas como tú —comentó en voz casi baja, dibujando una pequeña sonrisa. Ambos compartían ese interés, suponía, de ayudar a los niños de las instituciones de crianza.

El silencio que se hizo después amenazaba con permitirle sumirse en sus pensamientos y desconectar de la conversación, así que se irguió en la silla y se levantó con rapidez.

—Sí, un momento. Tengo la carpeta con las notas de la última reunión por… aquí. —¿Dónde la había dejado? Creía haberla puesto en algún sitio al empezar a colocar. La buscó rápidamente con la mirada y, tras localizarla en el poyete de una de las ventanas, fue hacia ella—. ¿Sigue en pie el mercadillo solidario para recaudar fondos para las instituciones de crianza?

Asintió manteniendo una pequeña sonrisa amable cuando le contó que a los niños no había tenido problemas para aguantarlos. Ella no podía decir lo mismo. Los niños magos la hacían sentir más incómoda incluso que los adultos. Ellos eran, en cierto modo, inocentes, al fin y al cabo no habían tenido tiempo de hacer daño a nadie ni de siquiera pensar en lo peligrosos que podían resultar. Algunos eran incluso tiernos. Y quizás era por eso por lo que podía llegar a despreciarlos más. Porque algo en ella intentaba que no los odiase. La hacían parecer débil.

Al escuchar que, según él, en el mundo eran necesarias más personas como ella, le dio a su sonrisa un matiz de timidez y apartó la mirada un instante al tiempo que se encogía ligeramente de hombros. Estaba completamente de acuerdo con él. Necesitaban más gente como ella: personas dispuestas a hacer lo que fuera para mantener a las personas normales a salvo de esas atrocidades que eran los magos.

—Sólo hago lo que hay que hacer…—musitó en respuesta volviendo a mirarlo a los ojos, manteniendo el gesto tímido y añadiéndole un mínimo tinte de coquetería. Eso solía ayudarla.

De nuevo asintió mientras ella misma sacaba de su bolso una pequeña libreta de tapas negras con flores de cerezo pintadas y su estilográfica, cruzándose de piernas para poder apoyarla mientras escribía.

—Por supuesto. Aunque creo que podríamos hacerlo en vez de sólo un día durante todo un fin de semana, de viernes a domingo. Así nos aseguraríamos de que no sólo la gente que acuda a la velada tiene ocasión de participar, ¿no crees?—pasó un par de páginas en su libreta y le dio un toquecito con la pluma a una línea de texto— ¿Finalmente recuerdas en qué quedó la idea de Ellen de la rifa de solteros para la fiesta de año nuevo?