Lay some sweet lines on me

Lo cierto es que no estoy acostumbrado a esto.

A hacer este tipo de compras, quiero decir, a solas. Caprichos, detalles para quedar bien con los demás. Con mi propia familia. Es un poco ridículo, pero ahora que ya no suelo vivir en la casa familiar durante gran parte del año me siento casi obligado a cumplir ciertas normas sociales y llevar algún regalo, por poco práctico que sea, cuando Loretta y su marido me invitan a comer a… bueno, mi propia casa, supongo, o la de mi padre. Para ellos debe ser solitario, pues cuando llega septiembre todo se vacía como si durante el verano no hubiera estado lleno de vida, con Jason y Dánae haciendo de las suyas o simplemente con la presencia de mi padre allí.

En casa todos tenemos un paladar algo dulce para según qué cosas, así que parece una opción más que adecuada y, tras ojear el interior desde el escaparate, empujo la puerta de Magic Treats. La clásica campanita revela mi presencia al resto de clientes y, tras saludar a la ancianita que parece la última, me pongo a la cola.

Me siento un poco estúpido, la verdad. ¿Es normal hacer cola para comprar una bandeja de pasteles? ¿De verdad las pastelerías tienen tanto éxito y yo me he equivocado de profesión?

La noche anterior había sido larga. La había pasado prácticamente entera en su sótano haciendo pruebas que no habían dado como resultado ningún tipo de pócima que le fuera a dar beneficios. Y es que cuando intentaba mezclar la química muggle con las pociones no siempre le salía bien y solía ser un ejercicio frustrante que pondría a prueba la paciencia hasta de un santo.

A pesar del sentimiento de inutilidad que la embargaba en esas ocasiones y de la falta de sueño, como cada día desde que había abierto la pastelería, se levantó a las seis para preparar las hornadas que vendería por la mañana. Con ayuda de la varita preparó a la vez las masas para los bizcochos, las magdalenas, los cupcakes, los muffins y los macarons, junto con tantas otras, mientras ella amasaba la de las galletas con los cortadores haciendo su trabajo y colocando las formas sobre las bandejas que tenía listas para ir a los hornos que ya estaban precalentados.

Todas las mañanas igual. Mientras se horneaba todo, subió al pequeño apartamento que era su hogar y se dio su gran placer matutino: una relajante ducha bien caliente, terminando con un repentino chorro frío.

Ya arreglada con el uniforme de la pastelería y con el pelo recogido en una trenza que caía sobre su hombro, MJ bajó a terminar de preparar todos los dulces. Kilos y kilos de royal icing y de frosting fueron metidos en sus respectivas mangas mientras los bollos y galletas enfriaban sobre las encimeras y la pelirroja llevaba las tartas frías, preparadas la tarde anterior, a los expositores para así centrarse por completo en el decorado: su parte favorita.

Para las nueve de la mañana, su hora de apertura, todo estaba perfectamente colocado en los expositores correspondientes y MJ sonreía.

'Esto sí que es satisfactorio…' pensaba mientras abría la tienda y se colocaba tras el mostrador lista para un nuevo día de trabajo.

—Bienvenida a Magic Treats, ¿qué le apetece tomar?—preguntaba con una sonrisa a cada uno de los clientes que se acercaban a ella, incluso después de que se formase aquella cola que siempre la hacía pensar que no iba a tener bastantes dulces— Muy bien, señora, aquí tiene. Seguro que su nieta las disfruta mucho. Son cinco galeones, por favor.

Cuando la señora se retiró con su bolsa, MJ dirigió la mirada al siguiente de la cola, un chico más o menos de su edad que le resultaba familiar aunque no terminase de ubicarlo.

—Bienvenido a Magic Treats, ¿qué le apetece tomar?—preguntó sin borrar la sonrisa aunque estuviera escrutando su rostro, preguntándose de qué le sonaba.

Todavía estoy dándole vueltas a eso —¿de verdad tienen las pastelerías tanto éxito o simplemente he pillado un momento de máxima afluencia?—, cuando la señora mayor que va delante de mí termina de pedir. Echo el tiempo en mirar los pequeños escaparates repletos de pasteles diminutos y de esas magdalenas decoradas que tanto éxito tienen entre los muggles últimamente. Cupcakes. Las miras y no parecen tener mucho misterio, pero estoy seguro de que esas decoraciones son mucho más complicadas de lo que parecen.

Me aclaro la garganta casi por costumbre cuando la dependiente se dirige a mí, por darme unos segundos más para reaccionar  y responder sin parecer un retrasado. Estoy seguro de que la conozco, pero no he pisado esta tienda en mi vida, así que a menos que me la haya topado en el ministerio…

—He oído —empiezo a decirle, y me doy cuenta tarde de que estoy hablando muy lento, como si necesitara explicarme, solo porque me he quedado analizando su cara. Rectifico con rapidez. Demasiada, quizá— que usted hace los mejores pasteles de este distrito.

No es que no sea cierto —he oído cosas muy buenas de Magic Treats entre compañeros del trabajo—, pero suena a desafío y, desde luego, dicho con mi tono seco habitual —no me engaño, soy un borde—, se puede malinterpretar.

Así que levanto las manos en un gesto placativo antes de que se desate el posible apocalipsis. Por ahí dicen que las pelirrojas tienen mal genio, no sé si quiero comprobarlo.

—Disculpe, ¿nos conocemos?

El tono desafiante y cortante del nuevo cliente logró que Mary Jane arquease una ceja aunque no perdió la sonrisa en ningún momento.

—Puedo confirmarle que ha oído solamente la verdad. No hay mejores dulces que los que preparo en Magic Treats… ¿Quiere una muestra para comprobarlo usted mismo?—preguntó aceptando el desafío mientras, sin despegar la mirada de él, sacaba con cuidado de detrás del mostrador una de las bandejas con minicupcakes variados que tenía preparados para los clientes indecisos—. Coja uno, no muerden—le guiñó un ojo entre burlona y coqueta (vamos, ¿cómo no ser coqueta con semejante chico delante?) mientras la dejaba sobre el expositor a su alcance.

Le hizo gracia el gesto aplacador del chico y estaba mordiéndose la lengua para no soltar un comentario sobre el mismo cuando él dejó caer la pregunta. Así que a él también le sonaba… ¿De qué demonios sería?

—Es posible que sí—contestó encogiéndose de hombros y apoyando ambas manos sobre el mostrador, intentando hacer memoria. ¿Dónde lo había conocido? Y de pronto algo hizo clic en su cabeza. Esos ojos, ese pelo y la postura le habían recordado a cierto gryffindor con el que había entablado una especie de amistad en su sexto año en Hogwarts. ¿Sería posible que fuera él? Pero… ¿cómo se llamaba? Maldita fuera su mala memoria para los nombres—. Por casualidad no serás de la promoción del 2006 de Hogwarts, ¿no?

Tengo un momento de estupefacción absoluta en el que no sé si agradecer que no se lo haya tomado a mal o poner un esfuerzo consciente y deliberado en no sonrojarme hasta las orejas porque… porque creo que he sacado lo que ha dicho de contexto y me he imaginado cosas que no son. Creo. Supongo. Probablemente. No sé por qué algunas mujeres son tan pródigas con sus guiños. Nunca sé si me están tomando el pelo.

Miro fijamente los minicupcakes durante unos momentos que se me hacen largos hasta mí. Las decoraciones no están tan cuidadas, por lo que está claro que son muestras, lo que tampoco me molesta. Aun así…

—¿De qué es lo… lo azul? —pregunto, señalando con un gesto un par de cupcakes decoradas con algo azul. Tiene nombre. Sé que tiene nombre, pero no viene a mi cabeza y, sinceramente, no tengo la menor idea de qué sabor representa ese color. La piña, quizá, como los sugus.

De todas maneras apenas le doy tiempo para contestar antes de estirar la mano para cogerlo, porque hay todavía bastante gente en la tienda y no quiero impacientar a ningún otro cliente.

El sabor me sorprende, aunque soy lo bastante crítico —o eso creo— como para reconocer que no es el mejor dulce que he probado en mi vida, claro. Quizá los cupcakes no son lo mío. Sin embargo, asiento para demostrarle que me ha gustado, aunque sigo sin estar convencido de que sea la conversación adecuada. Mientras me decido me hago a un lado, a ver si el cliente que hay detrás de mí lo tiene más claro.

—Lo soy. —Cuando se lo confirmo aparto mi vista de los pastelillos del mostrador y vuelvo a mirarla a ella. Me ha tuteado, así que me tomo la libertad de hacerlo también—. Entonces eso es. Es fácil coincidir. No somos tantos. —Las conversaciones casuales se me dan un poco mal, lo reconozco, y además no estoy convencido del todo de lo que he dicho. Demasiado familiar como para haber sido una mera compañera de clases—. ¿Eras de gryffindor? ¿Del equipo de Quidditch, quizá?

Voy restando posibilidades, volviendo a mirar los dulces. Oh. Definitivamente me quedo con las bolitas de trufa.

—Es buttercream de merengue suizo con un poco de esencia de menta para complementar a la masa del cupcake, que es de mojito—explicó con una sonrisa casi burlona, divertida porque lo probase sin esperar siquiera la respuesta. ¿Y si fuera de algo a lo que era alérgico? Por suerte, parece que no le ha parecido mal y que tampoco voy a tener que llevarlo de urgencias a San Mungo.

Al ver que se hace a un lado, Mary Jane vuelve su atención al cliente que iba detrás, manteniendo la brillante sonrisa en los labios mientras le saluda del mismo modo que a todos los demás, pese a que ya conoce a ese hombre de otras veces, y comienza a preparar su pedido: una bandeja de 200 gramos de palmeritas variadas. La verdad es que trabajar con hojaldre me gusta. Aunque hacerlo no tanto. Por eso  sólo tiene palmeritas un par de días a la semana, normalmente martes y sábados. Y por eso ese hombre viene todos los fines de semana a por su dosis de azúcar.

—Ni lo uno ni lo otro—contestó volviendo a mirar al joven con un ligero brillo travieso en la mirada—. Hufflepuff de corazón y, si fuera posible, tendría alergia a las escobas—bromeó encogiéndose de hombros al tiempo que guardaba el dinero del cliente habitual en la caja registradora. Sacó otro platito de muestras, en esta ocasión de los bombones y trufas que parecía haber estado mirando y lo colocó delante de él. Para algo estaban las muestras. Si no se comían las tiraba al final del día—. Me llamo Mary Jane—aportó. Tal vez así la ubicase.

—¿Mojito? ¿Eso no es una bebida alcohólica muggle? —pregunto antes siquiera de pararme a pensar en lo que estoy diciendo. Que, a ver, vengo de familia mágica, pero mi padre sigue siendo de origen muggle, así que algo sé. Los magos seguimos siendo bastante cerrados en algunas cosas, pero la cultura del alcohol se propaga como el fuego. Parece que es lo primero que todo el mundo quiere probar.

Lo que no me explico es cómo haces un dulce a partir de una bebida alcohólica. Además de que no es el mejor ejemplo para los niños. ¿Este local no lo visitan menores? Claro que eso no lo digo, porque con lo bocazas que soy —y que ya he sido— seguro que la ofendo. No, mejor me quedo callado y termino de inspeccionar todos los dulces que hay en el mostrador. Creo que está siendo muy generosa con las muestras, pero como yo ya venía con la intención de comprar sí o sí... imagino que no es una pérdida.

No tengo alma de emprendedor, supongo, o de relaciones públicas. Estoy bien donde estoy, haciendo cumplir la ley.

—Entonces no... no lo sé —confieso, porque si era de la casa de los tejones y rehuía del Quidditch, más allá de encontrarnos en clase o en los pasillos. Pero su nombre me trae recuerdos, a pesar de que es uno de los más comunes que te puedes encontrar en este país, y me hace darme cuenta de qué me sonaba... Me da tanta vergüenza no haber caído antes que empiezo a reír sin poder controlarme—. Por Merlín, Mary Jane. Yo soy Ajax. El hijo de De Ross, el de transformaciones. ¿Te acuerdas de mí?

—Sí lo es— MJ asintió en respuesta a la pregunta sobre los mojitos—, pero realmente el alcohol que lleva el bizcocho se evapora durante el horneado y sólo queda un ligero sabor a ron—añadió la explicación por si quería saciar su curiosidad.

Mientras él pensaba en los escasos datos que le había dado sobre ella, Mary Jane atendió al siguiente cliente de la fila, que había dejado de crecer, como siempre a esa hora. Cogió con cuidado la tarta que señalaba la mujer que quería para el cumpleaños de su hijo y la colocó con cuidado en una bonita caja con el logo de la pastelería, cerrándola con cuidado para que no se chafase el pastel y pegándole con celo un sobrecito con velas para que no faltasen en la celebración.

Fue entonces cuando él se rió al tiempo que le recordaba quién era y una sonrisa partió el rostro de la pelirroja mientras lo observaba con atención. Vaya… Había pasado mucho tiempo.

—Madre mía. ¿De verdad eres tú?—sonrió aún más, sin poder creerse que volviera a encontrarse con aquel amigo que había hecho en sexto curso y con el que, irremediablemente, había perdido el contacto de séptimo en adelante. Con un gesto de disculpa al cliente que seguía en la cola, salió de detrás del mostrador para ir al encuentro del joven— No me extraña que no te haya reconocido, ¡no pareces tú!—bromeó antes de abrazarlo y plantarle un beso en la mejilla— ¿Qué tal te va todo?

Eso lo he oído antes pero no estoy tan seguro de ello —no es que tenga mucha cultura culinaria, yo—, así que no puedo evitar la mirada escéptica con cejas levantadas incluso. Me sale del alma.

Pero no sabe mal y, bueno, le tomaré la palabra de que nadie acaba borracho por comerse unas cupcakes. Si no fuera porque sería una falta disciplinaria grave, la idea de presentarme en el ministerio con cierta intoxicación alcohólica sería graciosa.

Carraspeo.

—Están deliciosos, pero me temo que no soy un experto en repostería. ¿Qué me recomendarías como un detalle que llevar a una comida con... mis abuelos? —No lo son, técnicamente, pero creo que es un apelativo apropiado para este caso.

Ahora que al fin he ubicado a Mary, siento cómo me relajo visiblemente a pesar de que el abrazo me toma de sorpresa. Echo un vistazo a mi alrededor, como para asegurarme de que tiene tiempo de hablar y ninguna orda de clientes va a interrumpirnos de repente. Aunque, en realidad, se supone que ahora ya sé lo que tengo que pedir, así que no la estoy distrayendo del trabajo.

—Bueno, ahora tengo el pelo más largo y barba —la broma me sale un poco forzada, supongo, aunque tiene algo de verdad: a los dieciséis todavía no tenía ni que afeitarme—. Yo tampoco te había reconocido, así que estamos a mano. Madre mía. —Aún me cuesta creérmelo y se me escapa la risa floja—. Yo en el ministerio, pero tú... Tú mírate, con tu propio negocio. No sé cómo lo has hecho.

—¿Con tus abuelos?—repitió a modo de pregunta más para darse tiempo a pensar que porque no le hubiera escuchado bien. Repasó con la mirada todo el mostrador y se encogió de hombros ligeramente— Depende mucho de si son muy dulceros o no. La gente suele llevarse mucho este tipo de pastelitos de pasta choux, los tengo de chocolate negro, chocolate con leche, chocolate blanco, vainilla, café… Y también los conos de chocolate rellenos de nata. A algunos les gustan más las pastas de té… ¿Y si te hago un combinado con un poco de todo lo que se puede tomar de un bocado?—le propuso mientras sacaba de debajo del mostrador los tres tamaños de bandejas que tenía.

Ya al otro lado de la barra rió suavemente por su broma y asintió apreciativamente.

—Y vaya barba, ¿eh? Quién te lo iba a decir cuando apenas tenías cuatro pelos mal contados…—bromeó divertida dándole un par de palmadas cariñosas en la mejilla antes de volver tras la barra para empezar a preparar su pedido— Bueno… Esto no es nada. Un poco de esfuerzo y listo. Pero los tejones somos los trabajadores de Hogwarts, ¿no?—colocó algunos dulces con cuidado y casi mimo en la bandeja elegida—. No es nada comparado con lo tuyo. Debiste de sacarte unos buenos EXTASIS, ¿no? Vamos, en el Ministerio no entra cualquiera. ¿En qué departamento estás?